Meagan hubiera deseado que fuera un hombre menos amargado. Sin embargo, a pesar de que solo se llevaban ocho años, era como si entre ellos hubiera una diferencia de cien.
—No te apartes de mí, Meagan. No voy a pegarte —dijo Shane entonces, dolido.
—Lo hiciste ayer —le recordó ella.
—Lo sé y lo siento. Estaba muy nervioso, sin saber si el secuestro había salido bien. Este es un momento difícil para todos, pero terminará pronto.
Meagan se alegraba de que Shane estuviera detrás de ella y no pudiera ver cómo le temblaban las manos. Tras la ventana, una sombra se movía de un lado a otro. Dave, uno de los amigos de Shane, que estaba vigilando la puerta. Había otros, no sabía cuántos, vigilando los alrededores de la casa.
—¿Cuándo va a terminar, Shane? ¿Cuando matéis al Príncipe? —preguntó Meagan, con un nudo en la garganta.
—Nadie va a matar a nadie. Una vez que consigamos lo que queremos de él, lo dejaremos ir.
—¿Como hicisteis con el Rey?
—¿Por qué estás tan preocupada por estos parásitos? Nosotros somos tan buenos como ellos. Si no fuera por algunas leyes ridículamente