La relación que surge entre nosotros y nuestros hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin embargo, debe contener profundas zonas de silencio; debe ser una relación íntima, y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser un justo equilibrio entre silencio y palabras. Debemos ser importantes para nuestros hijos, pero no demasiado importantes; debemos gustarles un poco, pero no demasiado, para que no se les meta en la cabeza llegar a ser idénticos a nosotros, copiarnos el oficio que hacemos, o buscar, en los compañeros que se eligen para toda la vida, nuestra imagen. Debemos estar con ellos en una relación de amistad; y, sin embargo, no debemos ser demasiado amigos suyos, para que no les resulte difícil tener verdaderos amigos a los que les puedan decir cosas que a nosotros nos callan. Su búsqueda de amigos, su