Busca algún recuerdo de cuando eras niño, adolescente o simplemente algo más joven.
A ser posible, uno en el que estuvieras asustado, desconcertado, triste o solo.
Échate un vistazo y date cuenta de la cantidad de miedo o pena que sentías.
Cuando lo tengas y puedas recordarlo con la suficiente claridad, imagina que puedes colarte en tu cabeza de aquel día y susúrrate algo que te tranquilice porque, desde donde estás ahora, sabes que no fue para tanto.
Si notas que tu yo del pasado no termina de creerte, dale pistas que le calmen.
No tengas prisa.
Quédate con él hasta que se calme.
Tómate tu tiempo para charlar con ese crío.
Al fin y al cabo, eres tú y estáis a solas, ¿no?
Háblate con calma y con cariño.
Bien.
Ahora pasemos a la fase dos del juego.
Imagínate a ti mismo dentro de unos años.
Todo está bien, lo que ahora te agobia —seguro que hay algo, porque siempre hay algo que te agobia— ya no está y, de repente, recuerda lo que hemos hecho de viajar a un recuerdo de cuando eras niño e imagina que a ese tú de dentro de unos años le apetece hacer lo mismo, pero viajando a justo hoy.
A este momento en el que estás ahora conmigo.
Piensa en eso que te está agobiando ahora y deja que tu yo del futuro te tranquilice porque ya lo has superado.
¿Qué te dirías?
Ponle el mismo cariño y dedica el mismo tiempo que con tu yo del pasado.
Al fin y al cabo, eres tú y estáis a solas, ¿no?