Ciudades de humo

—¿Por qué no viniste anoche?

Trisha, al otro lado de la mesa, se atragantó con el agua y Jake tuvo que darle palmaditas en la espalda.

Supongo que no eres consciente de que has sido feliz hasta que dejas de serlo.

—No te metas en líos —concluyó, con las orejas enrojecidas.

Alice luchó por no sonreír. No lo consiguió.

—Vale.

—Me da igual que te provoquen.

—Ajá.

—Si lo hacen, aléjate de la situación.

—Y ¿adónde voy?

—Conmigo.

Eres mi pequeña aprendiz.

—Es la verdad. Lo que no entiendo es por qué le das tú tan poca importancia.

—Porque no la tiene. A mí me da igual que un núcleo te mantenga viva… o lo que sea que hicieran para que existieras. Eres más humana que la mayoría de las personas que conozco, y eso es lo único que me importa

No quiero vivir en esta ciudad si no estás tú —le dijo finalmente

—Perdona, pero yo era un chico guapísimo. Quizá ahora no lo veas por la estúpida cicatriz, pero lo era.

—A mí me gusta la cicatriz.

—Tienes suerte de que me gustes tal como eres, porque estás un poco amargado.

—Gracias, Alice.

—No hables así.

—¿Cómo?

—Sobre tu programación. —Rhett apartó la mirada, algo incómodo—. Si sigues diciendo eso, te convencerás a ti misma de que no eres humana.

—Rhett, no lo soy.

—¿Por qué no? ¿Porque lo digan cuatro idiotas?

—No, porque… funciono gracias al núcleo de mi estómago.

—¿Y a quién le importa?

—A los de esta ciudad, por ejemplo. —Su humor decayó un poco—. Y yo estoy empezando a pensar como ellos, la verdad.

—No digas eso. —Rhett frunció el ceño.

—Pues debo de gustarte todo el tiempo.