—¿Cómo es? —preguntó Manon en voz baja—. Amar.
Porque eso había sido lo que Asterin había sentido y aprendido, tal vez la única de todas las brujas Dientes de Hierro.
—Era como morir un poco todos los días. Era como estar viva también. Una dicha tan completa que era dolor. Me destruía y me deshacía y me volvía a formar. Lo odiaba, porque sabía que no podía escaparme, y sabía que me cambiaría por siempre. Y esa cría… también la amaba.