La cadena de valor del producto audiovisual ha permanecido inalterable durante medio siglo. Sin embargo –y como se ha indicado en las páginas precedentes– está sufriendo ahora un notable cambio gracias a la digitalización y a las nuevas formas de consumo, sobre todo por la desaparición de la copia física y por la concentración en dos grandes mercados: el cine (productos de gran formato, sean películas, documentales o eventos) y el mercado doméstico (diferentes formas de vídeo bajo demanda, principalmente a través de internet). A esto hay que añadir la democratización de los canales de producción y distribución, así como el consumo personalizado. Si hasta ahora la cadena de valor del producto audiovisual se basaba principalmente en una estructura de empresa a empresa (business to business o B2B), es decir, en una serie de intermediarios entre el productor-creador de los contenidos y el público-consumidor, las nuevas tecnologías han facilitado el contacto directo entre el productor y el consumidor-usuario o cliente final (business to client, B2C). De una economía de la escasez y el consumo programado (sujeto a un tiempo, lugar y medio o pantalla) se pasa a una economía de la abundancia y consumo libre (en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier pantalla). En consecuencia, debe transformarse también el modelo de negocio, y el papel de las empresas intermediarias, que dejan de ser meros distribuidores o emisores para pasar a convertirse también en agregadores (gestores) de contenidos y de valores añadidos. El gráfico 10 recoge algunas de las diferentes opciones en los eslabones de la cadena de valor según las distintas pantallas o plataformas.