asimismo, como sucede con frecuencia, su debilidad. La propagación del terror sanitario ha necesitado de un aparato mediático acorde y sin fallas, que no será fácil mantener intacto. La religión médica, como toda religión, tiene sus herejías y sus disensos, y ya diferentes voces autorizadas han puesto en entredicho la realidad y la gravedad de la epidemia, que no podrán ser indefinidamente mantenidas mediante la difusión cotidiana de cifras carentes de todo peso científico. Y es probable que los primeros en tomar conciencia de ello sean precisamente los poderes dominantes, que, si no presintiesen que se hallan en peligro, sin duda no habrían recurrido a dispositivos tan extremos e inhumanos. Ya desde hace décadas opera una progresiva pérdida de legitimidad de los poderes institucionales, a la que estos no han sabido poner freno a no ser a través de la producción de una perpetua emergencia y la necesidad de seguridad que esta genera.