Consagro mis últimos días a estudiarme a mí mismo y a preparar con antelación las cuentas que no tardaré en rendir de mí. Entreguémonos por completo a la dulzu- ra de conversar con mi alma, ya que es lo único que los hombres no me pueden quitar. Si a fuerza de reflexionar sobre mis disposiciones interiores alcanzo a ponerlas en mejor orden y corregir el mal que allí pueda quedar, mis meditaciones no serán del todo inútiles, y aunque no sea bueno para nada en la tierra, no habré perdido por completo mis últimos días