Para el hombre medieval, es el lugar de las potencias más terribles: no hay normas, y en él se puede producir todo tipo de prodigios y, a veces, dará la recompensa por tantos esfuerzos. Pero el bosque es, ante todo, soledad e infinitud. Nadie iría a vivir allí, a no ser que estuviera loco, del mismo modo que solo los locos o los elegidos se atreven a ir al mundo de los muertos: Lanzarote, Tristán, Yvaín, Amadís, Don Quijote y otros muchos caballeros, profundamente enamorados y víctimas del amor, encuentran en su sentimiento la fuerza suficiente para poder vivir en el bosque, ajenos a las normas sociales...