—El acuerdo de Buttonwood dio como resultado la formación de la Bolsa de Valores de Nueva York —dijo Swift—. Pensaba que era información importante, pero la señorita Isabelle perdió el interés cuando empecé hablar sobre la estructuración de honorarios.
—Ya veo —dijo Daisy—. Usted aburrió a la niña para que se durmiera.
—Debería oír mi descripción del desequilibrio de mercado a raíz de la crisis del 37 —dijo Swift—. Me han comentado que es más efectivo que el láudano.
Mirando fijamente sus ojos azules, Daisy se río entre dientes de mala gana, él le dedicó una de sus sonrisas breves y deslumbrantes. Su rostro tenía una expresión afectuosa.
La atención de Swift se centró en ella por un instante, como si estuviera fascinado por algo que había en sus ojos. Repentinamente desvió su mirada fija de la suya y volvió a hacer una reverencia.
—Las dejaré disfrutar de su té. Ha sido un placer, señoras. —Echando un vistazo a Annabelle, añadió con gravedad—. Tiene usted una hija encantadora, señora. Pasaré por alto su falta de interés por mi conferencia.
—Es usted muy amable, señor —respondió Annabelle, con una mirada risueña.
Swift se dirigió al otro lado de la estancia, mientras las cuatro jóvenes se centraban en el desayuno, removiendo el te con la cucharilla, y alisando la servilleta sobre su regazo.
Evie fue la primera en hablar.
—Tenías razón —le dijo a Lillian—. Es completamente horroroso.
—Sí —estuvo de acuerdo Annabelle—. Cuando una lo mira, las primeras palabras que vienen a su mente son “espinaca machacada”.
—Cerrad la boca las dos —gruñó Lillian en respuesta a su sarcasmo, y le dio un mordisco a su tostada.