Por fin llegaron a una especie de cueva al lado de la calzada, cuya puerta oscura se abría en la parte baja de una montaña inmensa, llena de agujeros cubiertos por aire sólido, como los de su nueva Casa de los Jóvenes. Al levantar la vista, Xomácatl se dio cuenta de que la calzada estaba flanqueada por esas montañas hechas por los humanos, las cuales parecían más altas que los templos de Huitzilopochtli y Tláloc en la plaza principal de México-Tenochtitlan. Escandalizado, su tonalli se preguntó si los habitantes de esa ciudad tenían tantos dioses o si estaban tan locos que erigían montañas como aquéllas sólo para ellos mismos y no para alimentar y honrar a sus guardianes y protectores.