Contempló la vida, porque tenía una clara sensación de su presencia, de una cosa real, privada, que no compartía ni con sus hijos ni con su marido. Entre la vida y ella se producía algo semejante a una transacción: ella estaba de un lado y la vida de otro, y ella siempre procuraba sacar lo mejor de la vida, como la vida lo sacaba de ella; y en ocasiones parlamentaban (cuando ella se quedaba sola); se producían, lo recordaba, grandes escenas de reconciliación; pero, durante la mayor parte del tiempo, extrañamente, tenía que admitir que aquella cosa a la que llamaba vida le parecía terrible, hostil, dispuesta a saltarle a uno encima si se le daba la menor oportunidad. Estaban los problemas eternos: el sufrimiento, la muerte, los pobres.