Yukiko —dije—, te amo. Te he amado desde el primer día que te vi. Y sigo amándote. Si no te hubiera encontrado, mi vida habría sido más miserable, más dura. Mi agradecimiento hacia ti es tan grande que no se puede expresar con palabras. Y a pesar de ello, te estoy hiriendo. Porque soy un egoísta, un estúpido, no valgo nada. Hiero sin más a quienes me rodean y, de rebote, me hiero a mí mismo. Hago daño a los otros y me lo hago a mí. No es que quiera obrar así. Es que no puedo evitarlo.