En tiempos pasados el individuo tenía permiso para no hacer nada, ya que el mismo ritmo natural de la vida marcaba períodos de inactividad. Tras la revolución industrial, ha surgido la presión por la productividad, por la eficiencia, por utilizar cada segundo de nuestra existencia de un modo raciona. Incluso nuestro tiempo de ocio.
En general la pereza conviene al individuo y es contraproducente para el colectivo; de ahí el empeño en inculcarnos desde pequeños la idea de que la pereza es nociva. Para combatirlo, Adictos a la pereza invita a la desprogramación de nuestro pensamiento, que autogenera un penoso sentimiento de culpa cuando “perdemos el tiempo”.
Un libro escrito con humor y glamour sobre los placeres de la vida improductiva y la adicción, absolutamente conveniente y necesaria, a la pereza, al hedonismo, al goce de la belleza y de lo superfluo y de los pequeños placeres o transgresiones de la vida cotidiana. Con múltiples ideas y propuestas para disfrutar del momento, con o sin dinero.