En Los últimos días de Immanuel Kant (1827) De Quincey describe de modo sublime la ruptura de ese orden rígido que Kant construyó para su vida cotidiana donde cada detalle era observado con la misma precisión y rigor de transparencia con que ideó su sistema epistemológico. Con las primeras señales de su declive mental comienza su empecinada lucha contra las fuerzas de la disgregación de ese orden tan pulcramente construido. Como dice Enrique Lynch la literatura de De Quincey está siempre ligada a alguna experiencia personal. Entre las vicisitudes personales más sugestivas está la experiencia del dolor que De Quincey recupera y transforma en la soledad de su gabinete de trabajo. Nuestro escritor llamaría a esta peculiar poética teoría de la involutas. Es el dolor, la decadencia física y espiritual lo que fascina a De Quincey en su recreación de las memorias del amanuense Wasianski, que él mismo traduce y reescribe como Los últimos días de Immanuel Kant.