«¿Por qué no podemos vivir siempre así, solos, yo y tú?»; pero él, para evitar una respuesta directa, se limitó a corregirle la gramática y a recordarle que no se decía «yo y tú», sino «tú y yo», cosa que ella aceptó con mansedumbre, sometiéndose en todo a su marido según las enseñanzas de san Pablo.