durante la noche el efecto refractario que hacía que se congelaran de frío. Recién despúes de todo esto podían considerarse ungidos. Cuando veo esta historia no puedo evitar pensar que en algún punto hemos subestimado el llamado a servir a Dios. La palabra «unción» se ha malutilizado a tal punto que «el más ungido» es quien tiene la página web más visitada, el evento con más artistas, la iglesia más grande, el que tiene más programas de televisión, o el más excéntrico a la hora de predicar.
¿Estamos dispuestos a ver morir nuestros sueños personales en pos de que Dios nos use en lo que él crea conveniente? ¿Estamos listos para sacrificar nuestros propios anhelos y esperanzas? El Apóstol hizo un balance de su vida personal y llegó a la conclusión de que no valía un solo centavo, y de que su única meta era cumplir la misión encomendada:
«Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios». (Hechos 20:24)