Rompió a llorar. Yo estaba muy dolido y lleno de rabia. Me pareció que el mayor pecado de su vida era no compartir mi visión del mundo. Pensé: «Puedo aceptar todo lo demás, que esté enamorada de él, que se lo quiera follar, como si se pasan la vida juntos, pero que al menos, por una vez, me dé la razón en algo». Así que dije, más bien, grité:
–Admite que tengo razón. Admite que cada día es peor