Unas inquietantes muertes empiezan a sucederse por toda la geografía española, y podrían atribuirse a un asesino en serie si no fuera porque los cuerpos, sin aparentes signos de lucha, parecen haber envejecido hasta tal punto de no llegar a reconocerlos. Es entonces cuando los cazadores se lanzan a la investigación de estos crímenes, perpetrados quizá por los llamados visitantes de alcoba, dado que las víctimas se encuentran en sus camas y fueron atacadas mientras dormían. Sin embargo, no suele ser el modus operandi de estos espíritus, ya que jamás han torturado a sus presas hasta la muerte. Además, el símbolo de sangre que aparece pintado en las paredes los desconcierta aún más, puesto que los relaciona con la Sombra, a la que terminaron derrotando en el monasterio.
Mientras tanto, Hugo decide hacerle una visita a una vieja amiga, una vidente retirada, con la esperanza de que le aclare qué consecuencias podría acarrearle la transfusión que le hizo Sofía cuando estuvo a punto de morir en la colina. Sus conclusiones amenazan con romper la estabilidad del cazador, puesto que debe luchar contra unos sentimientos que lo desbordan, si no quiere perderse para siempre.