Esa mañana, Mía podría jurar que sus pechos comenzaron a crecer. La alegría que siente por esa esperada transformación no dura mucho: la mirada de los demás cambia, en particular la de su padrastro, quien adquiere la sospechosa costumbre de abrir la puerta del baño cuando ella se está duchando. Una historia fuerte sobre el respeto al cuerpo y a la intimidad, sobre el sentimiento de culpa que puede desarrollar una víctima, y sobre la necesidad de alzar la voz para liberarse. Una novela necesaria e incisiva.