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Edward Bulwer-Lytton

La casa y el cerebro

  • Josué Osbournehas quoted10 months ago
    La casa está encantada; y a la vieja que estaba a cargo la encontraron muerta en su cama con los ojos abiertos de par en par. Dicen que el diablo la estranguló.
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Le acababa de exponer mi teoría de que esos fenómenos que se juzgaron por encima de lo terrenal habían emanado de un cerebro humano; y aduje el hechizo, o maldición más bien, que habíamos hallado y destruido
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Si el mesmerismo u otro poder análogo, comoquiera que se llame, actúa realmente así en ausencia de su ejecutor y produce efectos tan extraordinarios, ¿no continuarían los efectos una vez que este ha muerto? Pues si se obró el hechizo y, en efecto, se tapió la habitación hace más de setenta años, con toda probabilidad quien lo llevó a cabo habrá abandonado ya este mundo
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Tengo mis sospechas de que se trata de un renegado, inmensamente rico y muy extraño; y, a propósito, un gran mesmerizador. Lo he visto con mis propios ojos producir efectos sobre cosas inanimadas
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Sobre todo cuanto se halle dentro del límite de estos muros, sensible o inanimado, vivo o muerto, ¡igual que la aguja se mueve, así obra mi voluntad! Que la casa sea maldita y no tengan paz quienes en ella moren.
    No encontramos nada más. Mr. J*** quemó la libreta y su anatema. Demolió hasta los cimientos la parte del edificio que contenía la habitación secreta y el cuarto que había sobre ella. Entonces se atrevió a vivir en la casa durante un mes; no podía hallarse otra más tranquila y mejor acondicionada en todo Londres. Posteriormente, la alquiló a buen precio y no ha tenido quejas de su inquilino.
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    un hombre notabilísimo, sin lugar a dudas. Lo conocí el año pasado entre las cuevas de Petra, en el país al que las Escrituras llaman Edom. Es el erudito más versado en cultura de Oriente que yo pueda señalar. Seguimos camino juntos y tuvimos un lance frente a unos ladrones, donde su serenidad nos salvó la vida; luego me invitó a pasar un día con él en la casa que había comprado en Damasco, enterrada entre flores de almendro y rosas… ¡Hermosísima! Residía allí desde hacía tiempo, igual que si fuese oriental y con un modo de vida
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Mr. Richards era indolente y de tono apagado, y sus modales resultaban fríos por la altivez de cierta cortesía puntillosa: los modales de una época ya pasada
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Mr. J*** añadía que pasó una hora a solas en la habitación vacía que yo le había exhortado a destruir, y que sus impresiones de terror habían sido tan grandes, aunque no oyera ni viera nada, que estaba dispuesto a descubrir los muros y levantar el suelo, como yo sugerí. Había contratado a unas personas para realizar la tarea, y empezarían cualquier día que yo dijese.
    En consecuencia, fijamos un día. Me dirigí a la casa encantada; entramos en la habitación oscura y lúgubre, levantamos el zócalo y luego el suelo. Bajo las vigas, cubiertas de basura, hallamos una trampilla lo bastante grande para el tamaño de un hombre. Estaba firmemente sujeta con abrazaderas y remaches de hierro. Tras quitarlos, bajamos a una habitación cuya existencia jamás se sospechó.
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    El hombre era francés, se llamaba De V***: listo, intrépido, rebelde; insistimos en que lo destituyeran y alejaran del país. Tiene que tratarse del mismo hombre, no puede haber dos rostros iguales a este, pero la miniatura parece que tenga casi cien años
  • Dianela Villicaña Denahas quotedlast year
    Había decidido hablarle; cuando lo miré a la cara, sentí que era imposible. Aquellos ojos —los ojos de serpiente— se clavaban y me fascinaban. Y, junto a eso, había en torno a su persona una dignidad, un aire de orgullo y alcurnia y superioridad, que hubiera hecho dudar a cualquier conocedor de los usos mundanos antes de permitirse una libertad o una impertinencia
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