Mr. J*** añadía que pasó una hora a solas en la habitación vacía que yo le había exhortado a destruir, y que sus impresiones de terror habían sido tan grandes, aunque no oyera ni viera nada, que estaba dispuesto a descubrir los muros y levantar el suelo, como yo sugerí. Había contratado a unas personas para realizar la tarea, y empezarían cualquier día que yo dijese.
En consecuencia, fijamos un día. Me dirigí a la casa encantada; entramos en la habitación oscura y lúgubre, levantamos el zócalo y luego el suelo. Bajo las vigas, cubiertas de basura, hallamos una trampilla lo bastante grande para el tamaño de un hombre. Estaba firmemente sujeta con abrazaderas y remaches de hierro. Tras quitarlos, bajamos a una habitación cuya existencia jamás se sospechó.