Arboleda

Mi padre me leía en voz alta, pero en italiano, que yo no entendía. No hay que entenderlo todo, decía él, y seguía leyendo; con el tiempo, las palabras adquirieron un efecto sosegador, las encontraba bellas y las interpretaba a mi manera.

Algo inherente a la relación entre el ver y lo visto, entre el significado del ver y el del estar o ser visto en cuanto confirmación reconfortante de la existencia, me pareció de súbito un enigma candente que se sustraía a toda denominación. Si, en aquella ladera, alguien me hubiese dicho que la incapacidad de resolver o siquiera nombrar ese enigma podía ser causa de muerte, me lo habría creído

A veces, llegaba un fontanero ambulante para ofrecer sus servicios.

una enorme serpiente medio erguida que ya devora a un pájaro

Cada toma era un esfuerzo. Miraba fijamente por el visor y olvidaba lo que quería ver.

Ocasionalmente, de una de las vetas amarillentas del cielo nublado brotaba un rayo de luz delgado y deslumbrante para caer de soslayo, como la indicación de un dedo, sobre una de las columnas de humo, como si ésta fuese la ofrenda elegida por una mano superior

Acostada y despierta, medité sobre las posibilidades que tenía en aquel lugar para ajustar mi vida durante tres meses a un orden que me permitiera sobrevivir a la inesperada extrañeza

Para el doliente el mundo se define por la ausencia

Antes de sobrevenirle a uno la condición de doliente, se puede pensar la «muerte», pero todavía no la «ausencia». La ausencia es impensable mientras haya presencia.

Unas velas iluminan el futuro; otras, el pasado.