Muchas veces, mientras estuve en silencio, me pregunté cuáles serían mis primeras palabras. Si acaso nombrarían algo nuevo o algo bello o si nunca más volvería a hablar y lo nuevo, lo bello, quedaría adentro, a salvo. Lo curioso es que salieran simplemente. Como si las palabras, una a una, resbalaran de mi boca. Fue una voz precisa la que brotó, llena y suave. Una voz enronquecida por el silencio pero que decía la verdad.
La niña está muerta, dije.
Y oí eso que dije.