El sueño de la Inteligencia Artificial

Pero su artefacto no tenía que ser solo capaz de escribir y borrar información, sino que debía disponer de un espacio ilimitado para hacerlo.

Esto es, las matemáticas, aunque eran un sistema abstracto, debían tener una correspondencia con los fenómenos del mundo real.

«He querido construir una máquina que juegue sabiendo lo que se hace, observando las jugadas de su contrincante tal cual procede con entera libertad».2

del siglo XX, constituyó, de alguna manera, el ejemplo más representativo de inteligencia en el ámbito de la computación; volveremos a ello detenidamente más adelante.

Además, se necesita —y este es el principal objeto de la automática— que los autómatas tengan discernimiento, que puedan en cada momento, teniendo en cuenta las impresiones que reciben, y también, a veces, las que han recibido anteriormente, ordenar la operación deseada. Es necesario que los autómatas imiten a los seres vivos, ejecutando sus actos con arreglo a las impresiones que reciban y adaptando su conducta a las circunstancias.

Hasta tal punto fue un visionario que quizá sea él, y no Norbert Wiener, quien merece el título de «padre de la cibernética». El único error que cometió el ingeniero español fue el de adelantarse varias décadas a su época y plantear sus reflexiones en un momento en el que el mundo no estaba preparado siquiera para entenderlas. Aun sin el soporte teórico que llegaría más tarde con los trabajos de Kurt Gödel, Alan Turing o Claude Shannon, fue capaz de vislumbrar la puerta al futuro que apenas abríamos; y sorprende que, ya en 1914, escribiera en su obra «Ensayos sobre automática»:19

Leonardo Torres Quevedo, que las definió como: «Todo aparato que permita reproducir a voluntad un fenómeno físico, cuyas leyes estén formuladas matemáticamente».18

En Irlanda, Percy Ludgate, un contable e inventor aficionado en su tiempo libre, ya construyó en 1909 una computadora de propósito general similar a la máquina analítica de Charles ­Babbage, sin conocer, en esos momentos —según él mismo atestiguaría después—, los trabajos de este. Su computador primitivo funcionaba tanto proporcionándole instrucciones a través de una cinta perforada como a través de un teclado; y, al igual que la invención de Babbage, contaba con almacenamiento, una unidad aritmética y un mecanismo de secuenciación —la parte del computador que leía las instrucciones y especificaba la operación que se debía realizar—. Era, además, capaz de multiplicar dos números con veinte cifras decimales en «apenas» seis segundos.

William Gibson y Bruce Sterling, La máquina diferencial (1990).

Si imaginamos la totalidad del sistema de las matemáticas como una gran máquina dedicada a la demostración de teoremas, debemos decir que tal sistema, gracias al modus, está vivo, y podría probar su propia condición y desarrollar la capacidad de mirarse a sí mismo».