Nuestro pensamiento político es, en un sentido importante, la secularización de ideas teológicas. Nuestra manera de entender la política conlleva aún, por esta razón, la impronta de perniciosos remanentes metafísicos. Al estudiar los conceptos de la voluntad y la soberanía en la filosofía política moderna, es posible observar su influencia en la determinación de nuestra concepción de la política como, esencialmente, violencia. Esta creencia la proyectamos a la representación del Estado como un aparato de dominación política que, por medio de diversos mecanismos, coacciona la pluralidad de los seres humanos hacia la unidad y la disciplina. La radicalización de este discurso y práctica conduce a la naturalización de la idea del exterminio de toda diferencia como técnica de gobierno por, supuestamente, amenazar el orden que exigiría la política para su funcionamiento. Tomar conciencia de la violenta lógica que subyace a nuestras convenciones sobre cómo entender la política es, como se propone en El uno y los muchos, un primer paso para deshacernos de las anteojeras del pasado y empezar a observar el mundo político de un modo diferente y más complejo.