Entre los dispositivos naturalizadores de la opresión subjetiva, el más poderoso es el de la somatización y medicalización del malestar y la rebeldía. Una buena parte de su poder proviene del aura de saber científico que lo rodea. La psiquiatría imperante apoya y promueve ampliamente esta naturalización y ha logrado imponerla al sentido común como una tendencia general a medicalizar los malestares que surgen de contradicciones sociales muy visibles.