Santa

Mira, te quiero tanto, que si mil virginidades poseyera y las apetecieras tú, las mil te las daría, a tu antojo, una por una, para que la dicha que en mi cuerpo alcanzaras no la igualaran los cuerpos de las demás mujeres que de ti han de enamorarse…

Barro fui y barro soy, mi carne triunfadora se halla en el cementerio.

La historia de Santa es la versión porfiriana y santurrona de lo que les puede suceder a las chicas que aceptan los asedios y las presiones de los seductores antes del matrimonio.

El pianista es ciego, feo hasta la repulsión; fue abandonado por la madre, y se enamora de una prostituta que no le corresponde; en otras palabras, parecería ser digno de compasión.

El mal triunfa sobre el bien durante gran parte del espacio de la novela, pero se invierte al final, pues con el continuo y profundo sufrimiento físico y moral en el descenso de su degradación, Santa terminará expiando sus pecados en el ámbito religioso: el sufrimiento es bueno para el alma. La moral propia del melodrama pide que se restablezca el orden al término del texto para que el lector duerma consolado.

Santa es una virgen mancillada, seducida y abandonada por el alférez.

Barro fui y barro soy

Sólo les quedaba Dios, ¡Dios queda siempre!

manos huesosas, de uñas largas y amarillentas por el cigarro,

camisa, puerca y sin zurcir en las orillas del cuello y de los puños; la corbata torcida