Abajo el pirandellismo

veces sucede que las personas y los países nuevos me parecen retratos y paisajes de una galería que ya recorrí hace mucho tiempo, no sé en qué momento de mi vida. Ya no existe la galería ordenada, hay retratos y paisajes por doquier. En mis viajes siempre me encuentro por casualidad con uno. Me preguntan: ¿Es posible que no se haya topado con al menos una cosa que ya hubiera imaginado?

Escribir no es mostrarse como un espíritu ocioso, a pesar de su dedicación; no es lograr moverse y actuar con las palabras. No se trata de hacer un espectáculo sobre la pericia y la habilidad para articu­lar frases, sino de comunicarse con los demás. Debemos mostrar cómo es posible que esos artificios, dentro de sus posibilidades, esas formas que el espíritu humano crea (novelas, versos, cuentos), den continuidad en otro plano a la obra misma de la naturaleza. Son formas que contienen, concentran y develan un genuino significado humano de la misteriosa vida que a todos nos atraviesa.

Todavía somos sinceros, en verdad sinceros: ¿es tan difícil escribir? Caray, tampoco es un oficio insignificante: hace falta mucha paciencia, hacer y rehacer diligentemente, corregir, aclarar, embellecer y, luego, continuar, todos los días, nulla dies sine linea. De lo contrario, llegan los descalabros; es necesaria una vida sobria, rutinaria e higiene mental, no agotarse demasiado pero tampoco abandonar por mucho tiempo el trabajo.

Ha llegado el momento de la humildad; o, mejor dicho, a partir de este momento y hasta el final, será necesario sentirse, frente a la perfección del arte, humildes novicios que jamás podrán aprenderlo todo, que tendrán que empezar siempre de cero.

Pero en este camino ya está prevista la trampa más insidiosa para el artista: la satisfacción por la propia literatura. Una vez aclarado que la expresión también es un oficio que se aprende, una técnica que se construye, que hay reglas que seguir y maestros que se deben estudiar, los buenos resultados no se hacen esperar. Escribimos. Ya no es tan vergonzoso lo que nuestra pluma produce. Publicamos. Tenemos ingenio y talento, lo que publicamos lo demuestra. Algunos nos felicitan, quizás algunos nos den un consejo o nos reprendan con indulgencia. La desilusión que sentíamos a causa de nuestras limitaciones se desvanece gracias a los buenos comentarios. Nos toman en serio. Parece que navegamos viento en popa, que descubrimos un mar tranquilo. Nos alejamos de las tempestades. Estamos muy satisfechos. ¿Qué pasó con la humildad que profesamos al arte?

Todo lo que ilumine nuestra imaginación será el germen fecundo de una obra.

Vivimos solamente una metáfora de nosotros mismos y nos hemos desorientado. El significado de la vida se ha desvanecido, corrompido y es indescifrable; tanto así que, en la soledad, durante las noches, nos llega un grito terrible que se diluye de inmediato: oscuridad, silencio, vacío, vanidad de todo. Y estamos en la vida como los demás…

Nos abandonamos a la vida cotidiana, a la vida llana; la familia con los hermanos, la escuela entre los compañeros. Es un niño, un muchacho, un joven como el resto. Es difícil saber en qué se convertirá. No tiene ninguna vocación; quizás las tiene todas. Puede experimentar. Experimenta, y muy pronto se cansa de esa vida, pierde el interés, piensa en otras cosas. Es una señal de que aún no ha encontrado su camino. Lo encontrará, si no hoy, mañana.

El niño que un día se expresará artísticamente sabe desde el inicio que se reencontrará, con gozo arcano, con el sentido de sí mismo en un punto secreto de su espíritu: es un sentimiento de soledad segura, que vive con un poco de desasosiego y de horror, que está acompañado por el ansia que caracteriza a la inminencia de una revelación que no puede surgir debido a que el tiempo se ha detenido. El niño solamente cree en este misterioso sentido de la vida. Las cosas verdaderas y vivas tendrán que inspirarle esta sensación. Tendrán que persuadirlo de que más allá de ese umbral no podrá entenderlas.

Indudablemente Max Reinhardt es el más grande de los directores de teatro porque es quien más ha entendido que su labor, que surge de lo que el dramaturgo y los actores le ofrecen, es crear en su totalidad, momento a momento, una vida. Una que sea, por una parte, menos real pero más verdadera, como la que imaginó el dramaturgo. Al mismo tiempo, una que sea menos verdadera pero más real, como la que traducen con sus movimientos los actores.

La bestialidad humana aparecerá con los rasgos reconocibles de varios animales en casi todos los rostros humanos.