De plantas y animales

Soslayemos esa compañía, digamos que la naturaleza está ahí y cobra un único peaje para llegar a ella: tener los ojos abiertos, sobre todo los del espíritu.

Pero a esa sagacidad la antecede otra: «La naturaleza se otorga de buen grado a vagabundos y mendigos, a bribones y haraganes».

Hay una reflexión de Walter Benjamin (que retengo ahora en lo esencialmente estético): «El paisaje cuelga para los ricos de un marco de ventana y solo para ellos lo ha firmado la mano magistral de Dios».

que un conjunto real y verdadero

es una dolencia de nuestras ideas.

Aquella rosa de Damasco desapareció con las sucesivas transformaciones, injertos y todos los recursos de que dispone el arte jardineril en sus constantes esfuerzos por mejorar las especies que existen o producir nuevas, aun antes de las intervenciones genéticas.

El ser humano innovó poco sus jardines, se habla en Europa de jardines a la francesa o a la inglesa; los laberintos que el Renacimiento italiano impuso e invadieron Inglaterra, aún se ofrecen aquí y allá iguales. Solo Japón suma a los anteriores sus jardines de piedra, y en Brasil, jardineros japoneses dieron con el magnífico material de las plantas tropicales para enriquecer esquemas tradicionales.

El barón da vuelta todo. Los locos, sin cadenas, limpios, vestidos con decencia y bien comidos, reciben trato humano. Los que pueden trabajan por la mañana en limpiar y restaurar el lugar en que viven: comen, descansan y vuelven a sus tareas por la tarde. Hecho lo esencial, Pisani crea un jardín, pero no cuatro canteros, sino un lugar con cascadas, quioscos, glorietas y en las paredes pinturas en trompe l’œil.

El jardín representa un paso cultural: elección de plantas y de árboles y cultivo, a partir de los primeros pasos, para que lo creado no decline, mejore.

El jardín es el escenario de la edad de oro, donde se habría cumplido el pacto pacífico entre el hombre y ciertos animales; las aves habrían aceptado la proximidad de aquel, sin demostrar temor, y una naturaleza comestible halagaría la posibilidad de una vida casi ociosa.

Rara es la religión que no conoce un jardín donde algo fundamental sucede y rara la cultura que no imagina el jardín como lugar de reposo, en esta vida y en la otra, consagrado por la armonía: de sus elementos entre sí y de todos ellos con la criatura humana, donde paz y belleza se conjugan en la imagen de una deseable eternidad.