—No lo digas, capitán. Tiene que ser un secreto para que se cumpla.
—No quiero que te vayas.
—¡No pienses en eso!
—No quiero que te vayas, abuelo. No quiero.
—Pero no puedo dejar sola a la abuela. Me necesita.
Yo también lo necesito. Nada va a ser igual cuando se vaya. ¿Quién me va a llevar al zoológico en bicicleta? ¿Quién va a ser el portero de mi equipo? ¿Quién calmará a mis papás? Pero, sobre todo, ¿quién hablará conmigo así como él? Dice que todo mundo discute, que está bien; pero que hay que tener cuidado para saber cuándo hacerlo y cómo.
Quiero mucho a mis papás y creo que han aprendido la lección del abuelo, aunque siempre están ocupados y no tienen mucho tiempo para mí. Tengo que conformarme con jugar con Poncho y con Toño y soportar a Lulú que no se nos despega. Poncho tiene cuatro hermanos; Toño, sólo a Lulú, que vale por muchos; y yo no tengo ninguno.
Entonces, el abuelo me preguntó si me acordaba del cuento del marinero.