hombre estaba enojado, y su dedo huesudo me señalaba sin piedad. La frase fue lapidaria, incisiva, categórica. Su acento alemán estaba más acentuado que nunca, tal vez porque el nerviosismo escarbó en sus raíces más profundas. Ese pastor estaba enfadado, pero su sentencia hipotecaría mi futuro por mucho tiempo. Una frase así, solo hace que un muchacho de quince años crea que definitivamente es un fracaso.