El informe

lo incontestable para la mayoría es que casi la totalidad de nuestra vida trabajamos y, ya, la vida se ha ido. ¿No debiéramos darnos la oportunidad de repensar esto que llamamos «trabajo» para que ninguna persona muera con esta sensación?

¿Quiénes perturbarán a las personas para recordarles que son personas? ¿Quiénes intentarán cambiar pesimismo por crítica, resignación por lazos con otros? ¿Quiénes recordarán que apagados servimos mejor a la inercia de un mundo que favorece a los ya privilegiados?

¿Qué potencia tiene el trabajo intelectual en el futuro del trabajo?

pasión en los últimos tiempos ha sido tanto motor como corazón vulnerable que el capitalismo no teme instrumentalizar para aumentar la productividad

méritos que solo se enuncian livianamente, para que nada rasque en ellos y su desgaste deje a la vista la obscenidad de un «hacer por hacer», de un hacer vacío

Asusta la facilidad con la que somos capaces de evitar el espesor intelectual y crear apariencia de sentido porque lo hecho forma parte del «trámite»

la motivación que crea afecto con el trabajo intelectual no estaba (nunca lo estuvo) en el fingimiento

búsqueda de un hacer «honesto, profundo y que demanda un sentido»

vistazo, predominante en un mundo saturado de formalismo, favorecedor de acumulación y superficialidad, excedido en trámites y en sujetos que se valen del mecánico acopio de méritos y la corrección burocrática para prosperar

Esa osadía de sabotear y simplificar las burocracias para llegar a lo que importaba bien valía pasar por alto su incumplimiento de obsoletas exigencias administrativas.