Ninguno de los dos dice nada. Yo me concentro en reducir la frecuencia de mi ritmo cardíaco. Sin querer, las lágrimas me caen por las mejillas. Muhtar guarda silencio. Me da tiempo para que entienda que hay alguien que sabe en qué estoy metida, y que ese alguien está de mi lado.
—Muhtar, usted sabe lo suficiente como para que nos encierren de por vida. ¿Por qué guarda este secreto? —le pregunto mientras me seco las lágrimas.
Él empieza a chupar otro àgbálùmộ y pone una mueca por lo ácido que está.
—A tu hermana no la conozco. He oído decir a tus compañeras que es encantadora, pero yo no la he visto, así que ella no me importa. Pero tú sí. —Me señala—. Tú sí que me importas.
—Usted no me conoce.
—Sí que te conozco. Me desperté gracias a ti, tu voz me llamaba. Aún te oigo en sueños…
Se deshace en elogios. Es como si estuviera en otro sueño.
—Tengo miedo —susurro.
—¿Por qué?
—Por el chico con quien sale ahora… Ella podría…
—Pues entonces sálvalo.