prendí a ser mujer principalmente por la imagen de mi mamá: una mujer muy trabajadora, disciplinada, inteligente, buena administradora, creativa, religiosa, conversadora, alegre, cantadora, siempre guapa y cuidadosa de su familia. Cantaba siempre mientras hacía los quehaceres de la casa, cantaba para nosotros y para ella, con ella aprendimos a amar la música. Mi mamá siempre estaba presentable, bien arreglada, no se maquillaba, solamente se pintaba su boca. Mi mamá que repasaba con nosotros las lecciones escolares mientras planchaba. Una mamá entregada a su esposo y sus hijos, una mamá que pensaba primero en los demás, que sus hijos estuviéramos bien, que su esposo estuviera bien, que la casa estuviera bien, que la familia estuviera bien. Sabernos bien la hacía feliz.
Y así me configuré, como mamá.
Ahora yo me he preguntado hasta dónde me configuré como mujer. No lo sé. Yo no conocí a mi mamá como mujer hasta que crecí, en mi juventud. Antes conocí a la mamá-mamá, a la mamá-esposa. Hasta entonces no pensé en la diferencia de ser una mujer y ser una mamá.
“Configurarse”, le escucho decir a mi madre. Como máquinas que se programan. Ser configurada, programada, tener un destino. Mi mamá fue parida y fue programada: nacerás y parirás hijas, las configurarás para que crezcan y paran hijas que paran hijas que paran hijas hasta el fin de los tiempos.