No era a esto a lo que veníamos

Entonces, mientras situaba el metro sobre el marco, vi dos figuras blanquecinas en la zona delantera de la casa ocho. Al principio me parecieron animales, dos cervatillos albinos que se habían colado en la urbanización. Luego caí en que eran dos personas desnudas.

La provisionalidad general daba pie a adoptar actitudes nuevas: parecía que nosotros también estábamos a medio hacer, que aún podíamos construirnos de cualquier manera, ensayar otras identidades. Le comenté aquella idea a mi marido y él se rio, creo, sin entender muy bien de qué.

La mujer se arrebulla en la silla, nerviosa. Normalmente es una mera espectadora de sus desbarajustes, un personaje secundario que vigila que el riesgo no rebase la línea de lo irreparable. No le interesa ese nuevo papel de protagonista que pretenden endosarle: de ningún modo quiere formar parte de los acontecimientos.

La madre se gira una y otra vez, riendo con una risa ronca que le sale más del pecho que de la boca, y cada vez que lo hace su cara ha cambiado un poco, tanto que ya ni siquiera parece del todo la madre sino una especie de negativo de esta, una copia rara de la que la niña no sabe qué pensar.

La madre se queda pálida, de mármol y vidrio.

La niña se pregunta si la madre aceptaría ser atada, o si preferiría estar cómoda y exponerla al peligro de sus dientes.

Al principio parece una buena idea, pero pronto las dos escobas comienzan a dividirse en otras tantas, y así hasta que hay un ejército enorme de escobas que lo ocupa todo y que no atiende a razones. La niña no sabría decir qué es lo que había partido a la madre en primer lugar, si la muerte del padre o ella misma, pero la madre ya no parecía humana y, además, lo ocupaba todo, como si hubiera mil madres pero todas estuvieran hechas de madera y mimbre seco

Tengo un hogar del que nadie podría echarme; una guarida a buen recaudo, de paredes indestructibles. Y ese hogar sois vosotras.

Lo fotografía en blanco y negro porque, le parece, es la única manera apropiada. Siente que capturar ese edificio triste es como tomar una fotografía post mortem, retratar la muerte en lugar de la vida.

–Es tan poco artificioso –comenta una de las organizadoras–, como la naturaleza que retrata.

Oskar siente que, diga lo que diga, los asistentes se ocuparán de transformarlo en algo que quieran oír. Están deseando adorarle. Aunque debería resultarle tranquilizador, no es así.