Pensé: “Ahora volverá, tiene que haberse dado cuenta de lo que me pasa. Volverá y me hará preguntas, podré llorar, me abrazaré a su cuello, se lo diré todo, se me derretirá el filudo hielo que tengo en la garganta y respiraré de nuevo, y... ¡Dios mío, será la salvación!” No, la tenue luz desapareció, y vino la oscuridad total.