Con la acelerada emergencia de los mercados como poder fáctico, en el marco de referencia de la globalización realmente existente, el Estado ha pasado a ser un siervo más de la economía, y a medida que se debilita y se deja de confiar en su eficacia, regresa la vieja pesadilla de la inseguridad y el miedo. O en palabras del filósofo estadounidense Richard Rorty, citado por Bauman, «la realidad central de la globalización es que la situación económica de los ciudadanos de los estados-nación está hoy más allá del control de las leyes de esos estados […] Actualmente existe una superclase global que toma todas las grandes decisiones económicas y que las toma de forma completamente independiente de los parlamentos y, por consiguiente, de la voluntad de los votantes de cualquier país […] La ausencia de un sistema político global significa que los “super ricos” pueden operar sin consideración alguna por ningún otro interés que no sea el suyo propio».