El cuerpo no es, para la semiótica, un dominio de análisis como cualquier otro. La encarnación de los procesos significantes le proporciona un substrato que se impone a todas las elaboraciones cognitivas y emotivas. En primer lugar, el cuerpo es la sede donde se encuentra el que va a ser el plano de la expresión con el que será el plano del contenido: se convierte así en operador de la semiosis. Por lo demás, los cuerpos que interactúan con otros cuerpos conservan en su carne o en sus envolturas las huellas de esas interacciones, las cuales deben ser identificadas, extraídas, descifradas e interpretadas. A su vez, la semiótica de la huella arroja nueva luz sobre la enunciación, sobre la narratividad misma, sobre el juego figural-figurativo, y, finalmente, sobre el sentido de los textos, de las imágenes, de los objetos y, sobre todo, de las prácticas.