Y para perennizar esta situación que le resultaba tan beneficiosa, trató de justificarla por medio de las mitologías, las religiones y las observaciones “científicas” del carácter e intereses de la mujer. Así fue como se le atribuyó a su “naturaleza específica” la deformación moral que le había creado la cultura, y se estimaron como ideal de la feminidad ciertas virtudes que llegaron a constituir el código de la vida femenina a tal extremo, que su transgresión fue sancionada y sometida a toda clase de medidas represivas, incluyendo el repudio y el ajusticiamiento.