Porque la comunidad no es algo a lo que haya que regresar, como quería Rousseau, o a lo que se deba aspirar, como deseaba Kant, ni tampoco algo que destruir o destruible, como pensaba Hobbes. No es ni un origen ni un telos, ni un principio ni un final, ni un presupuesto ni un destino, sino la condición, a la vez singular y plural, de nuestra existencia finita. Es aquí, en esta asunción del límite no como espacio liminar que padecer o que romper, sino como el único lugar común que nos es destinado, como el munus originario que nos hace comunidad