La intimidad con Dios no es un mover ni un mensaje contemporáneo, tampoco son determinadas canciones, es un lugar donde debemos decidir habitar cada día. Es el hogar a donde pertenecen todos aquellos que fueron alcanzador por Su amor eterno. Es la tierra donde cada semilla incorruptible es plantada y da fruto abundante. Es allí donde somos procesados para que la esencia correcta salga de nosotros y se manifieste.
Es un lugar donde los ruidos de las urgencias cotidianas no opacan la dulce voz del Espíritu. Allí los relojes no tienen agujas. No es el tiempo el que controla sino la eternidad. Un lugar donde encontramos cascadas de placer superior y fuentes de gozo eterno. Allí el “smog” de la religiosidad no existe, y se respira “aliento de vida” que sacia nuestro interior. Nuestros ojos son sanados por lo bello y nuestra mente cruza los límites de lo que pedimos o entendemos, y podemos ver más allá. El sol es Su gloria, todo lo ilumina y lo calienta. Todo lo que es reflejado por esa gloria es hermoseado. Y los que son expuestos cara a cara al sol de justicia, lo comienzan a reflejar. Ese es el lugar al que perteneces, el Jardín de la amistad.