—Voy a pasar, compañero. Mi padre me dijo una vez: «Hijo, no seas llorica». Así que, si las cosas se ponen feas, te estampas la cara contra la pared hasta que te sangren los labios y así te sientes mejor. A mí me funciona. Al menos eso creo. La verdad es que no me acuerdo bien, con la de golpes en la cabeza que me he llevado.