uando nació mi hija, en abril de 1994, una amiga me regaló un libro: una antología inglesa, de la editorial feminista Virago, titulada Close Stories of Mothers and Daughters («Proximidad. Historias de madres e hijas»).4 Me apasionó: por su calidad literaria, y también porque a medida que leía, me iba dando cuenta de una paradoja: el contraste entre la importancia, la riqueza, la universalidad de la relación madre-hija, y su escasísima presencia en la literatura.
Que esa impresión no anda desencaminada se comprueba consultando cualquier diccionario de temas y motivos literarios. Las relaciones padre-hijo, madre-hijo, padre-hija, son el tema central de innumerables obras, desde la Orestíada hasta Eugénie Grandet, e hijos, Los hermanos Karamázov o Washington Square, pasando por Hamlet y El rey Lear. En cambio, son llamativamente escasas las obras que ponen en escena a madres e hijas, y todas muy recientes. Sido, de Colette (1901), es la veterana; las demás tienen solo unos decenios: Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir, Una mujer de Annie Ernaux, Entre mujeres de Waltraud Anna Mitgutsch, La mala hija de Carla Cerati, La pianista de Elfriede Jelinek, El club de la buena estrella de Amy Tan, Paula de Isabel Allende, Donde el corazón te lleve de Susanna Tamaro...
No sorprenderá a nadie constatar que los autores de estos textos son, sin excepción, autoras. Es lógico que la aparición del tema madre-hija esté asociado al ingreso, en números significativos, de las mujeres en la escena literaria. Si acaso habría que preguntarse por qué no apareció antes. Seguramente, porque solo cuando su derecho a escribir estuvo bien establecido, empezaron a aventurarse las mujeres a tratar temas que no forman parte de la tradición recibida.
La paradoja que antes mencionaba es la que me ha llevado a proponer, a un editor siempre entusiasta, la publica