En 1938 todos nosotros éramos principiantes y lo que escribíamos era casi siempre un balbuceo, aunque ese balbuceo no careciese de emoción y de profundidad en ciertos casos, como el de Revueltas. Pero el retrato de Henestrosa no parece escrito por alguien que comienza: revela esa maestría que sólo se adquiere en la madurez. Tampoco parece escrito hace cuarenta años. Dije antes que esas páginas no tienen una sola arruga: poseen la juventud sin edad de las obras que se acercan a la perfección. Un lenguaje nítido, nunca excesivo, a un tiempo reservado y tierno, sobrio y luminoso.
Una prosa de andadura ligera, que nunca se precipita y nunca se retrasa: una prosa que llega a tiempo siempre. La historia, simple y conda con palabras *transparentes*, provoca en el lector una emoción en la que se alía lo más antiguo a lo más fresco, como oír “un cuento de otra edad del mundo”. Pocas veces la prosa de nuestra lengua ha logrado tal fluidez de agua corriente.