La leyenda inuit cuenta que Malina (el Sol) y Anningan (la Luna), aquí hermana y hermano, estaban muy unidos de pequeños, pero cuando crecieron fueron separados para que vivieran en las respectivas zonas habilitadas para hombres y mujeres. Un día, Anningan, mientras observaba a las mujeres, se dio cuenta de que su hermana era la más guapa de todas. Entonces decidió visitarla de noche en su cama y, aprovechando la oscuridad, abusó de la pobre Malina, que además no tenía ni idea de que aquel hombre era su hermano. La segunda vez, Malina estaba preparada. Se embadurnó las manos con ceniza de las lámparas, a fin de manchar el rostro del violador y poder reconocerlo al día siguiente. Aguardó con paciencia y, cuando Anningan volvió a su cama, ella le tocó la cara y se la tiznó de negro.
Al día siguiente, Malina inició la búsqueda entre los hombres del pueblo para ver quién era el malvado y, con gran pesar y cierta sorpresa, descubrió que el responsable era Anningan. Cegada por la ira, se amputó los senos y se los ofreció a su hermano, diciendo: «¡Si de verdad te gusto tanto, cómetelos!». Y salió huyendo. Anningan, impelido también por la rabia, salió tras ella, y los dos corrían tan deprisa que acabaron por elevarse. Y así fue como se convirtieron en los dos astros que todavía hoy continúan persiguiéndose en el cielo.
La leyenda cuenta también que Anningan se olvida a menudo de comer, quedándose cada vez más delgado hasta que desaparece tres días al mes (con ocasión de la luna nueva), durante los cuales se alimenta y recupera fuerzas para proseguir la persecución