—Se suponía que íbamos a conseguirlo todos —dijo Wylan con suavidad.
A lo mejor aquello era ingenuo, la protesta del hijo de un mercader rico que solo había probado un poco la vida del Barril. Pero Jesper se dio cuenta de que él había estado pensando lo mismo. Tras todas las huidas alocadas y por los pelos, había comenzado a creer que los seis estaban de algún modo encantados, que sus pistolas, el cerebro de Kaz, el ingenio de Nina, el talento de Inej, la ingenuidad de Wylan y la fuerza de Matthias los habían hecho indestructibles de algún modo. Podían sufrir. Podían recibir golpes, pero Wylan tenía razón: al final, se suponía que todos debían permanecer en pie.
—Sin llantos —dijo Jesper, sorprendido por el dolor de las lágrimas en su garganta.
—Sin funerales —respondieron todos con suavidad.