Ballardianos son los paisajes devastados del nihilismo global, las atmósferas de futuros posapocalípticos que portan las rémoras, los rastros de una tecnología en descomposición. Dickiano, por su parte, es el calificativo del que disponemos desde fines del siglo XX para los tiempos en los que la realidad se ha vuelto absolutamente inestable, allí donde los estados alterados combinan mundos oníricos con delirios paranoides. Para situaciones en las que ya no es posible distinguir lo real de lo falsificado, más aun, aquellas en las que la simulación o la copia se tornan más fiables que lo auténtico, si es que lo auténtico todavía está en algún lado.