Ayudaba a levantarse a los que caían, proporcionaba pañuelos a las narices sangrantes, golpeaba en la espalda a los que vomitaban, masajeaba pantorrillas y dedos acalambrados… en verdad, como la misma Florence Nightingale, solo que yo me regocijaba, me fascinaba alegremente con el espíritu triunfante de aquellos fracasados que se habían hecho pedazos para nada.