Luego, el accidente del autobús se la había partido en once partes. La había arrastrado consigo durante más de treinta años, y en todas sus pinturas de este miembro traicionero había utilizado el reflejo de un espejo y lo había representado como su pierna izquierda. Y ahora se la cortaban por debajo de la rodilla. Frida aceptó a regañadientes que le pusieran una pierna de madera, pero estaba demasiado débil para usar prótesis. Además, su adicción a los analgésicos y su dependencia del alcohol hacían que su utilización fuera más peligrosa que útil.
Pese a las inyecciones diarias de sedantes, que dejaban su espalda y sus brazos cubiertos de costras, ella lograba tener largos períodos de lucidez que aprovechaba para hacer anotaciones en su diario y, en 1953, trabajar en su autobiografía.