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Dubravka Ugrešić

El Museo de la Rendición Incondicional

  • Fernandohas quoted6 months ago
    El bolso siguió siendo el almacén central de los recuerdos.
  • elisa shas quoted6 hours ago
    Lucy se estaba desmoronando. Como si antes de que nos encontráramos se hubiera recogido a sí misma en un fardo atando los nudos muy bien y, en ese momento, los nudos se estuvieran desatando por todas partes. Lucy se desbordaba, yo ya no sabía de qué estaba hablando, saltaba de un tema a otro, parecía borracha, con la delgada mano encendía cigarrillo tras cigarrillo, su pálida cara se retorcía, parecía una heroína de novelas del xix, toda en diminutivos, toda en suspiro
  • elisa shas quoted15 hours ago
    Yo también bebí un sorbo y me callé la observación. ¿Qué podía haber respondido? Que el exilio, o por lo menos la forma en la que yo lo vivía, cada vez más extenuada, era un estado inconmensurable. Que el exilio era un estado, eso sí, que se podía describir con hechos conmensurables, con los sellos del pasaporte, con los puntos geográficos, con las distancias, con los domicilios provisionales, con la experiencia de los distintos procedimientos burocráticos de obtener visados, con el dinero gastado en un nuevo bolso de viaje comprado quién sabe cuántas veces, pero una descripción así apenas significa algo. Que el exilio era la historia de las cosas que dejamos atrás, comprar y dejar el secador del pelo, los aparatos de radio pequeños y baratos, los cazos del café. Que el exilio era un cambio de voltaje y de hertzios, que era una vida con un adaptador, que si no nos fundiríamos. Que el exilio era la historia de nuestros pisos alquilados temporalmente, de las primeras mañanas solitarias cuando en silencio extendíamos el plano de la ciudad, encontrábamos en él el nombre de nuestra calle, hacíamos con el bolígrafo una crucecita (repetíamos la historia de los grandes conquistadores, en vez de una bandera, una crucecita). Los pequeños hechos fijos, sellos de pasaporte, se iban acumulando y en un momento se convertían en líneas ilegibles. Y solo entonces empezaban a escribir un mapa interior, un mapa de lo imaginario. Y solo entonces describían con precisión esa vivencia inconmensurable del exilio. Sí, el exilio era como un sueño con pesadillas. De repente, despiertos, igual que en un sueño, aparecían unos rostros que habíamos olvidado, con los que a lo mejor jamás nos habíamos encontrado, pero que nos parecía que los conocíamos desde siempre, algunos espacios que con total certeza veíamos por primera vez, pero que nos parecía que ya habíamos visitado con anterioridad.
  • elisa shas quotedyesterday
    AMÁ EN LA BOLA
    Doy vueltas con el índice sobre la superficie de cristal de la bola. La cojo con la mano como una manzana: caliento el frío cristal, enfrío la caliente mano. Desde el oscuro cielo la nieve cae ligera sobre la pequeña ciudad. Dentro de la bola está mamá sentada y se chupa los copos del dedo.
    La observo a través del cristal, pienso en ella, intento palpar su núcleo. Le doy la vuelta a la bola y por su cara pasan las sombras de Emma Bovary, Maureen O’Hara, Tess, Carrie… Las sombras se devanan una encima de la otra según una secreta proximidad, se enlazan atadas con hilos secretos. Reconozco el mismo brillo de sus ojos, algún almidonado y blanco detalle de la ropa, una horquilla en el pelo, la postura del cuerpo, una mirada, un gesto, una frase. Los une el mismo pegamento, la secreta energía que producen los destinos de mujer, calcándose uno en otro, buscando el reflejo uno en otro como en un espejo.
    La estoy observando dentro de la bola y me parece que todas ellas son sus verdaderos núcleos, ella está con ellas, con Tess, Maureen, Carrie, Ava, Ana, Emma, Bette, real e irreal a la vez. Veo esas dos arrugas que caen imparables hacia abajo que acaban en tristes bolsitas, veo esa mueca de descontento por un destino que había empezado como una novela, que no había terminado como una novela, que se había detenido a mitad de camino condenándola a envejecer sin fuertes recuerdos, a ir tirando, a un vago anhelo, a una bola de cristal. Leo en su cara los posos de las novelas leídas y de las películas vistas, los posos de los destinos de mujer, fuertes, apasionados, que terminan con un final dictado por un novelista o un director, mientras que el suyo sigue en un estado de vaga amargura, tanto más grande y vaga cuanto más apasionadas y lúcidas eran sus ideas sobre su futura vida.
    Le doy la vuelta a la bola y de repente me da pena mamá, tan pequeña y confinada, seguro que está terriblemente sola, seguro que tiene frío. Cojo la bola con la mano como si fuera una manzana, me la acerco a la boca y la caliento con mi propio aliento. Mamá desaparece en la niebla.
  • elisa shas quotedyesterday
    SEÑOR PINITO
    El operador de cine, de origen checo, era un hombre menudo con un eterno cigarro encendido pegado al labio inferior. A la pregunta: «¿Cómo está?», contestaba en checo: «Jako sosnichka!» («¡Como un pinito!»). Al mismo tiempo que se enderezaba con agilidad, se tocaba vigorosamente el pecho con la mano como si comprobara la solidez del material y en su cara se desplegaba una sonrisa. En su figura, detrás de la cual siempre ondeaba la fiel nubecilla del humo del cigarro, no había absolutamente nada de perenne.
    A nosotros, los niños, nos dejaba entrar en el cine sin entrada y sentarnos en las butacas, o en las sillas auxiliares de tijera si el cine estaba lleno. En las matinés de domingo el único público éramos nosotros, los niños, y la mujer del maestro local que, después de haber parido un montón de hijos, había desistido de ser la mamá o la mujer de alguien y había vuelto a la infancia. Ella iba al cine todos los días. Completamente ausente, sin percibir a nadie a su alrededor, con una tripa grande y prominente, la mujer del maestro local entraba en la sala con un helado en una mano y una bolsita de caramelos en la otra. En la oscuridad de la sala de cine rompía ruidosamente los caramelos con los dientes y hacía crujir los papelitos.
    El operador de cine cerraba la puerta detrás de nosotros y luego, seguido por la nubecilla de humo, subía a la cabina del proyector. Durante mucho tiempo, Sosnichka hizo todos los trabajos en el cine de provincias: vendía las entradas, conseguía las películas, rasgaba las entradas en la puerta, cerraba detrás del público y ponía las películas.
    Hoy, en la oscuridad de las salas de cine, a veces espero ver aquel plano tan repetido: su cara y una nubecilla de humo encima de su cabeza en el estrecho rayo vertical de luz, y luego el dulce aguardar cuyo tiempo se medía en pasos (¿cuántos pasos necesita un operador de cine para llegar a la cabina del proyector?).
    Después de muchos años, por casualidad, me encontré con él, y me alegré mucho de verlo. A mi pregunta: «¿Cómo está?», se enderezó, desplegó una sonrisa como una banderita y con la endeble mano se tocó el pecho. «Jako sosnichka», dijo. Varios días más tarde murió. Tal como se tocó por última vez para averiguar la solidez del material, así murió el siempre perenne señor Pinito.
  • elisa shas quotedyesterday
    CITA
    La memoria es, creo yo, un sustituto de la cola que perdimos para siempre en el afortunado proceso de la evolución. Dirige nuestros movimientos, incluida la migración. Además de eso, hay algo claramente atávico en el propio proceso del recuerdo, aunque solo sea porque dicho proceso nunca es lineal. Además, tal vez cuanto más recordamos más cerca estemos de la muerte.
  • elisa shas quotedyesterday
    EL ÁRBOL DEL PARAÍSO
    En el jardín de Tina, la amiga de mamá, crecía un árbol único, un manzano japonés.
    —Ven —decía con tono autoritario el hijo de Tina, Tomica, de mi edad.
    Obedientemente corrí detrás de él. Nos encontramos delante del árbol. Encima de nosotros se elevaba la florida cúpula rosa oscuro.
    —Ahora vamos a subir —dijo Tomica. Subimos al tronco corto y nos sentamos en las cómodas bifurcaciones de las ramas.
    —¿Ves? —decía con importancia dibujando con la mano el espacio de su territorio.
    Nos sentamos en el árbol del Paraíso completamente escondidos por su florida cúpula. Los rayos del sol atravesaban la copa vertiendo sobre nosotros gruesas manchas vibrantes. Estuvimos así, sentados en ese cálido baño de manzana, embriagados por el zumbido de los insectos, por el olor de las flores rosa oscuro y por el juego de luces y sombras. Todo era tan dulce y espeso, tan insoportablemente oloroso y estaba tan cerca, como cuando miras a través de una lupa. En un momento me pareció que iba a caerme por culpa la dulce embriaguez. Me agarré a la rama, arrastré descuidada la palma por la corteza rugosa y me corté el dedo.
    Del corte rosado resbaló una gota de sangre y silenciosamente cayó en un pétalo.
    —Chupa la sangre rápido —susurró Tomica.
    —¿¡Por qué!?
    —Si no, morirás… —dijo con voz misteriosa y terrible.
    Obedientemente me chupé la gotita de sangre del dedo mientras sentía un desconocido sabor dulzón. El corazón me latía y mis sentimientos eran confusos: me pareció que estaba al borde de un descubrimiento profundo y grande, de un secreto. Temblaba, aspiraba el cargado olor de las flores, olisqueaba el aire a mi alrededor como un ciego para dar con las huellas del secreto cuyos abismos intuía. La palabra morir repiqueteó y se quedó flotando en el aire como un anillo de oro.
    —Y ahora haremos nieve —dijo Tomica y sacudió la rama.
    Sobre la verde hierba debajo de nosotros caía la nieve rosa oscuro. Entre los pétalos que flotaban en el aire vi el mío, con la gota de sangre. Estuvimos sentados así, pequeñitos, encajados en la bola de cristal, envueltos en la nevada florida, completamente solos en el mundo, Tomica y yo.
  • elisa shas quoted2 days ago
    ese remoto tiempo preconfeccionista, la condesa Singer hacía de todo: braguitas, sujetadores, trajes de baño, vestidos, camisas, faldas, pantalones, abrigos y capas. La condesa Singer sabía hacer de un gastado traje de papá, con la tela del revés, un elegante traje para mamá, y a veces quedaba también para una falda para mí. La condesa Singer podía hacer la misma blusa que llevaba Katharine Hepburn (a la que se parecía mamá) en la película La reina de África y el mismo vestido que llevaba Ava Gardner (a la que quería parecerse mamá) en la película Las nieves del Kilimanjaro.
    Solo a veces, por razones desconocidas, la condesa Singer expresaba su caprichosa voluntad.
    —Condesa, aquí pondremos una chorrera…
    —Una pechera simple —decía entonces lacónicamente la condesa Singer. Y las mujeres obedecían.
    Ella cosía liso y fruncido, con tablas y al bies, domaba los lienzos, linos, crespones, repses, georgettes, percales y sedas.
    —Condesa, aquí pondremos un cuello chal…
    —Camisero —cortaba la condesa Singer. Y las mujeres obedecían.
    Gracias a la condesa Singer, a la vida anterior en Varna, una ciudad grande y verdadera en comparación con nuestro pequeño lugar, y a sus conocimientos del arte cinematográfico, en aquella época preconfeccionista, mamá era la mujer más elegantemente vestida del lugar.
    Los imparables hilos invadían por todas partes, todos los rincones, el suelo y el techo, colgaban, hormigueaban, reptaban y se pegaban a las clientas de la condesa Singer como sanguijuelas.
    Cuando se despedía de una clienta, la condesa Singer primero le quitaba los hilos y al final, al levantar el último como si hubiera acabado de matar a un insecto, decía con importancia:
    —Alguien moreno piensa en usted.
    Lo decía cuando el hilo era blanco. Si, por el contrario, el ejemplar de la fauna de la modista era de color negro, la condesa Singer decía:
    —Alguien rubio piensa en usted.
  • elisa shas quoted2 days ago
    Con sus retales hacíamos ropa para nuestras muñecas, y la condesa hacía ropa para nuestras mamás y para nosotras, las niñas. La condesa era modista y, en aquel histórico tiempo preconfeccionista, se trataba de una persona muy importante, casi tan importante como un médico.
    —¡Vamos adonde la condesa! —decía mamá, y yo ya estaba dándole la mano.
    A esa mujer enorme nunca la vi en la calle. Era como si estuviera completamente empotrada en su habitáculo, esa jungla en la que a cada paso acechaba una fauna variada y peligrosa. Parecía que en esa habitación todo estaba, solo temporalmente, en poder de la condesa, parecía que era suficiente un momento de descuido para que las peligrosas fieras empezaran a vivir sus propias vidas. El metro serpenteante se enroscaba mansamente alrededor de sus dedos, pero a menudo se deslizaba y escapaba rápido a un rincón. Ahí había inocentes, veloces y desdentadas canillas que se empujaban y apretaban una con otra y peligrosos erizos almohadillados con las púas siempre enhiestas. Los retales indomables de colores de loro bullían dentro del saco y en cualquier momento saltaban fuera escurriéndose por el suelo. Cintas y encajes como suntuosos lirios daban una sombra en la que dormitaban los escarabajos: automáticos, corchetes, botones metálicos. En las cajas de plástico se multiplicaban los alfileres; los dedales metálicos bostezaban con un suspiro gris y amenazador; los botones, como cucarachas embelesadas por la luz, corrían por el suelo cada dos por tres; en las perchas colgaban los vestidos sin acabar invadidos por un ejército de hormigas blancas: los hilvanes; y por todas partes, por todos los rincones, por el suelo y por el techo, avanzaban los imparables hilos.
    Esa enorme mujer parecía soldada a su máquina de coser Singer.
  • elisa shas quoted2 days ago
    En el diccionario de mi madre los mundos no existen. En su diccionario existo yo, su marido que no morirá, y la sopa de harina.
    Sopa de harina (o sofrita)
    3 cucharadas grandes de manteca o mantequilla
    4 cucharadas grandes de harina.
    1 cucharada pequeña de cominos
    1,5 litros de agua
    sal al gusto
    pan cortado en dados y frito en aceite
    Freír la harina en la manteca caliente hasta que se dore. Añadir a la fritura los cominos, freír un poco y añadir agua sin dejar de remover. Añadir sal a la sopa y dejar hervir quince minutos más. Servir en cada plato un poco de pan frito y verter la sopa por encima.
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